Son las tres de la mañana y detuve mi intento por dormir; he aceptado que no sucederá, no hoy, no pronto. Me quedo sentada contemplando desde el balcón este lado del infinito, siento mi palpitar calmado, que contrasta con mis pensamientos vertiginosos, acelerados y revueltos. Son tantas voces, que se convierten en ecos, de incontables ideas fugaces, y a su paso dejan una estela que parece permanente. Siento como si pudiera escuchar los pensamientos de una mitad del universo y guardara los recuerdos de la otra.
¿Sabes cuántas veces al día deseo desvanecerme en la oscuridad?
Terminó de llover hace un par de horas, pero el aroma aún persiste cada que el viento sopla. Recorro el día de ayer en mi cabeza y ordeno las cosas que tengo que hacer para el día siguiente. Repaso los compromisos y lo que llevo en la maleta. Me repito que no tengo gas y no he comprado fruta, saco las cuentas de las deudas, trato de mantener mis pensamientos en lo mundano, en el día a día, alejarlo de los extremos, pero no puedo domarlos e ignorarlos.
Siempre ha sido complicado.
¿Sabes cuántas veces por hora me imagino perdiéndome entre la neblina?
La noche es hermosa. La luna franqueada por nubes, las estrellas que se muestran y se esconden, el aire fresco y el té caliente, hasta pareciera que el insomnio me viene bien a veces. Me gusta la soledad, me gusta el silencio.
¿Sabes cuántas veces por minuto quisiera ser parte del silencio?
Extraño los momentos tranquilos, la ligereza emocional y mi capacidad de reír por cualquier cosa. No recuerdo la última vez que me sentí así. Me siento tan distante de todo y tan atrapada en mí…, parece que esta sensación no se irá, no huirá, no caerá.
Comienzo a tararear una canción sin darme cuenta; es como si usara la música como un ancla, para evitar que mi mente se escape a pensamientos turbulentos.
Pero a veces esa ancla no es suficiente.
¿Sabes cuántas veces por segundo quiero cerrar los ojos y dejarme ir?
Tengo frío en los pies a pesar de la manta. Voy en mi cuarto té y ni idea en qué número de pensamiento. No me gusta estar en este lado del universo. El color es más opaco y pareciera que todo pesa más; las sonrisas, los abrazos y las palabras dulces saben a nostalgia. Aunque cualquiera pudiera pensar que es lo mismo, por completo lo opuesto.
Siento que no volveré al otro lado del universo.
¿Sabes cuántas veces al día quisiera desvanecerme en la oscuridad?
Supongo que no. Yo tampoco lo sé. Pero cada que estoy cerca de hacerlo, vuelve a amanecer. El sol está saliendo y el sueño no vino a visitarme hoy. Si tuviera un reloj cerca podría decirte la hora exacta; estoy segura de que es tarde, es hora de levantarse y seguir.
Ilustración de Sara Herranz